Por Ismael Martinez Valle
Quiero escribir la reflexión mensual y una fotografía
de un diario de circulación nacional (México) está frente a mí.
En primer cuadro está el rostro de una mujer entrada en años. Sus
ojos proyectan tristeza; buscan y no encuentran más que desconcierto;
miran fijos al que habla. Oye, pero no escucha, está aturdida, está
asustada. Su mano llevada a la boca “asoma” un gesto de incredulidad,
de negación. No han dormido, no han comido, la vida solo ha alcanzado
para llorar; llorar de dolor, de indagación, de impotencia, de rabia,
de desconsuelo… de miedo.
La fotografía lleva al calca la nota: “familiares de estudiantes
desaparecidos escuchan la conferencia de un maestro de la escuela normal
de Ayotzinapa”. La noticia se ha mencionado a todas horas en
los últimos días; ha dado la vuelta al mundo. ¡Qué triste que el
dolor sea el comentario del día, de las sobremesas de la gente! Muchas
opiniones, nacionales e internacionales, se han generado desde entonces.
Los dichos distan de los hechos.
Los hijos no aparecen, pero desaparecieron a propósito,
se los llevaron. Unos dicen que ya no busquen, están muertos, con una
frialdad inhumana. Ellos, los familiares, no pierden la esperanza, se
aferran a encontrarlos, ¡quieren verlos!, aunque sea yaciendo en el
descanso, sosteniendo las manos de sus cuerpos fríos. No aceptan los
dichos, quieren hechos; no quieren discursos, demandan una explicación,
pero más que eso, demandan la vida de los suyos. Quieren abrazar a
sus hijos, tocarlos, sentirlos, verlos.
Se fueron diciendo que volvían y desde el 26 de septiembre de este
año, hace apenas unos días, no han vuelto.
Quieren decirles, tal vez, que regresen, que ya vuelva, que no tarden,
que ya fue mucho.
Que si se enojaron por oírles y verles seguir sus ideales: una escuela
y una educación para todos, ahora eso ya no importa. No entienden de
secuestros, de odios, de revanchas, de grupos de terror, de gente malvada
sin escrúpulos, sin sentimientos, sin humanidad; de sicarios, de corruptos,
de ambiciosos, de avaros, de malos políticos. Sus rostros no reflejan
venganza, sino sentimiento, tristeza. Al ver el rostro de la madre me
quiebro, me duelo y me lamento.
La mamá de la foto no entiende, no acepta, no está conforme. Su mirada
busca y no encuentra los ojos de su hijo. Los jóvenes desaparecidos
en su mayoría, sino todos, son hijos de familias campesinas, estudiantes
de una normal rural (de Ayotzinapa, Guerrero).
Fueron desaparecidos de una manera forzada. Defendían la educación
pública, el normalísimo rural, la enseñanza al servicio de los más
necesitados, la transformación social del país. Por eso les dispararon
y los secuestraron, aunque algunos, estúpidamente, sigan diciendo que
eran jóvenes revoltosos que no tenían nada que hacer.
La desaparición forzada de los alumnos de Ayotzinapa
fue obra conjunta de la policía municipal y de sicarios al servicio
del cártel de guerreros unidos, ahora se sabe. No hay diferencia entre
unos y otros, ambos son asesinos. Ellos están detrás del sufrimiento
de la foto del periódico, de la mamá que se lleva la mano a la boca
porque no quiere creer que su hijo no aparezca, Aunque algunos traten
de satanizar a los jóvenes, la verdad sea dicha: son inocentes. Y debe
de saberlo la sociedad entera y debe leerse su historia porque es nuestra
historia.
La indignación por este hecho, y muchos más que
están pasando en el mundo, no puede dejarnos tranquilos, ni pasivos.
Todo empieza por ser humanos los unos con los otros, ser solidarios
en la alegría y en el dolor, en el gozo y la esperanza, en la denuncia
y en la búsqueda de justicia.
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