Cuba, La Revolución Invencible

Por Carlos Ernesto Alonso Beltrán


Antes de que se concreticen las promesas de Barack Obama y Raúl Castro, con la que se espera el restablecimiento del diálogo diplomático entre ambas naciones, tuve la fortuna de viajar a Cuba y ver con mis propios ojos los vestigios, todavía vivos, de una revolución que cambio la forma de entender a Latinoamérica.

Temperatura: 29°; cielo parcialmente despejado; y una visibilidad absoluta. Esas fueron las palabras con las que el piloto nos daba la bienvenida a una tarde cualquiera en la isla de la resistencia.
Así pues, después de un vuelo sin demoras y un aterrizaje tan agitado como cualquiera, llegué al aeropuerto de la Habana (bautizado con el nombre del héroe nacional, José Martí).  Una construcción modesta y sin atractivos especiales, en donde se transita dando cumplimiento a los tediosos trámites de migración y respondiendo preguntas de control para evitar el contagio del ébola.
Finalmente, y una vez fuera, me topo con quien será el primer anfitrión del viaje. Un taxista de dimensiones colosales, ataviado con unas gafas oscuras que presumen ser Louis-V. Orgulloso de su Chevrolet 40, descapotable con motor original, y de los mecánicos cubanos. Quienes, asegura, pueden mantener andando cualquier automóvil sin importar que las piezas hayan sido descontinuadas hace ya más de veinte años.
Comenzando la travesía hasta Varadero, una provincia ubicada a dos horas y media de la Habana, se puede platicar de muchas cosas. Al perecer la más grata para mi chofer es continuar alabando a los brillantes mecánicos. Cosa que no me causa ningún problema, pues para nadie resulta cómodo abrir una charla casual con preguntas como ¿Qué te parece la economía? o ¿Qué esperas del levantamiento del bloqueo? Así mientras observo los camellones perfectamente podados y las avenidas amplias sin ninguna basura, escucho las mil y un formas de adquirir piezas contrabandeadas desde EEUU.
Poco a poco el paisaje de civilización comienza a quedar rezagado, permitiendo a la autopista adentrarse en la calma del campo cubano. Un campo que palpita y suda trabajo. Que, contrario a lo que se escucha fuera, aun produce, mientras filas de camiones cargan las últimas cosechas del año. No me cabe duda de que el campo mexicano está vivo también, pero suspendido en un triste olvido de más de 50 años.
Dejando atrás los camellones recortados, a lo lejos un pequeño cartel da nombre a una de las primeras revelaciones del día; el “Parque Lenin” consistente en unos cuantos llanos de soccer y jóvenes vitalizando el aire a la lejanía. Adelante las gradas de un modesto estadio se cubren con la consigna en uno de sus muros, “Socialismo o Muerte”. Para este momento me va quedando claro que he llegado a Cuba, no obstante el taxista no ha parado de hablar con su interminable lista de amigos a través de su iPhone 4.
Llegada la hora de preguntar temas un poco más estériles, y después de haber sido informado de que a los cacahuates se les dice maní, la charla sobre la inseguridad del país y los principales inversionistas deja relucir que las calles son tan seguras como cualquier caminata en la ciudad de México: Sigue las pequeñas reglas, cuídate en la noche y no te metas con nadie. Del mismo modo me entero que la política de expansión canadiense no se ha detenido en las minas de Guanajuato, pues los principales extractores y refinadores de petróleo en Cuba, provienen del país de las hojas de maple. Queda claro cuál es en interés de Canadá por ser el mediador en el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y EEUU.
Un poco hipnotizado por el reflejo de la puesta de sol en el espejo retrovisor y por la alfombra de luces que ha transformado al mar en un suelo centellante, me despierta la pregunta de dónde puedo cambiar mi moneda. Más que la obvia respuesta del lugar, me sorprende escuchar cuál es el tipo de cambio. Pues la proporción de 1 CUC (peso cubano convertible destinado  al turismo) por cada 15 pesos mexicanos, dista mucho de la idea que hacen los libros de economía de hace 40 años. Como también sorprende que su moneda se cambie en proporción casi exacta al dólar americano.
Siendo tarde, y con los bancos ya cerrados, la opción es descansar para que a la mañana siguiente llegue mi primer amanecer en la isla.
Como la primera tarea a realizar se encuentra el cambiar la moneda. Orientado hasta un Banco de Ahorro Popular, me topo con gente que ha renunciado a la idea de las filas. Pues el método de llegar al lugar, preguntar quién es el último en la espera, y después irse a cubrir del sol, parece ser una opción más práctica. Así también, me cuestiono qué tanta puede ser la seguridad de ese Banco ubicado en el pequeño pueblo de Santa Marta, para que las personas salieran de él con las manos desbordando fajos de billetes sin que pareciera incomodarles la presencia de los demás.
Santa Marta, que no tiene una extensión mayor a unas diez calles apuntando al mar, y otras tantas en posición perpendicular, es, según me explican, una visión de la dinámica natural; una gota perdida de la realidad cubana fuera de la capital. En donde los autos antiguos con motores escandalosos, las bicicletas oxidadas y el caminar de frondosas mujeres, se combinan en un vapor pesado suspendido en el tiempo. En la tonada de un radio lejano que con las pausas de la interferencia, toca un rítmico Son bajo el sol que besa la piel. Es mirar el cristal del tiempo y dejarse desvanecer en la tranquilidad del pasado, en la calidez de la brisa, en la escasez de lo innecesario.
La gente que transita lo hace sin ningún tipo de prisa, la vida ahí lleva un andar distinto. En un rápido sondeo me presumen a sus deportistas, se enorgullecen de su educación y de su grado de alfabetización envidiado en toda América Latina. Hablan de la corrupción como un mal menor, pues dicen que al igual que en todo el mundo, uno busca los atajos que el dinero ofrece para los problemas cotidianos. Pero les resulta increíble escuchar cuando se les cuenta de la corrupción en México. Pues una cosa es burlar una infracción y otra, muy distinta, es burlar la desaparición de 43 personas. Más increíble aún, el escuchar que a esas personas se las llevo la policía. Y son más incrédulos todavía, cuando escuchan que a más de tres meses, no han sido encontrados.
En efecto, no es por nadie ignorada la política del gobierno, y que es tremendamente estricta con los grupos que le hacen oposición. Sin embargo, saben que el gobierno actúa siempre en una dirección. La incertidumbre de preguntarse si algún día serán del pueblo o contra él, no es su mayor preocupación. Podrán llamarlo aleccionamiento o resignación, pero en México ni siquiera esa calma nos es dada.
Con el correr de los días tranquilos llega el momento de retornar a la Habana. Esta vez en un autobús con demás turistas, cosa que me permite descansar y esperar el arribo a la capital.
Tras emerger de uno de los tres túneles de la ciudad –maravillas de la ingeniería por pasar bajo el agua- se mira sublime la ciudad de los pilares, llamada así por el diseño arquitectónico de sus edificios. Pensados como una especie de corredor techado que protege de la caída del sol del caribe.
La dinámica es completamente distinta, me encuentro ya en la capital. Los mismos motores viejos y escandalosos, pero ahora multiplicados, transitan en frenesí por el malecón. La gente camina con un vaivén cadencioso, propio de su espíritu agitado. La Habana muestra la vida de las ciudades grandes. Sus más de dos millones de habitantes no podrían darle un ritmo diferente. Es como si los arpegios de Leo Brouwer y sus paisajes cubanos compitieran con los timbales de la Buenavista Social Club, que bajo la voz de Compay Segundo hacen contonear las caderas de una pareja pérdida en la pista del Guajirito. Todo esto, mientras el enervante aroma a puro  seduce los sentidos en un atardecer que se cuela por las ranuras de un edificio marcado por la sal del tiempo. Mismo que, en una de sus ventanas, oculta a contra luz la silueta triste de una mujer que extraña, en tragos de Ron, el amor que el mar le ha robado.
Así la Habana se contradice en un debate incansable entre lo viejo y lo moderno. Incluso la ciudad se divide de esa manera, conservando al Este la realidad de la lucha cotidiana, y al Oeste a las empresas transnacionales y embajadas que hacen de esa una zona exclusiva. Anteriormente ocupada por una burguesía económica, distinta a la pequeña burguesía que hoy mira de reojo a su hermana tras la muralla.
La Habana vieja –como la llaman- se nutre de las múltiples fusiones en sus calles. Donde se puede encontrar desde fortalezas coloniales, hasta un edificio semejante al Capitolio estadounidense. Donde caminando por las calles uno se topa con mujeres disfrazadas de rumberas antiguas o con vendedores de boinas iguales a la del Che. Es crisol de personajes, una fiesta carnavalesca, una hidra de colores.
También se encuentra la gente que pide dinero, pero su ser provoca una sensación de necesidad muy distinta. Pues, no obstante su apariencia demuestra pobreza, no se encuentra ese semblante moribundo lleno de miseria. No son las ánimas casi muertas que los yankees, dicen, rescatarán algún día.
Una cosa me va quedando clara, la gente ya no habla de la Revolución. Situación que no me extraña ni me preocupa, pues ni siquiera en México la gente habla de su Revolución. Así como José Emilio Pacheco describe en sus Batallas la conciencia de una sociedad que con el paso del tiempo deja de ver en los caudillos revolucionarios una aspiración para sus vidas, así en Cuba la gente ya no se encadena a sus revolucionarios. Tampoco los odia como la propaganda extranjera quiere hacer pensar. Sólo ha tomado una dirección en la que reconocen su historia y su importancia, pero buscan ir más allá de las ataduras de una consigna.
Intención que me hace cuestionarme si a Cuba la detiene el socialismo o el bloqueo que los ha asfixiado desde los 60´s. 
Sus mismos habitantes cuentan que con el bloqueo la carencia comenzó a brotar en todas partes. Cuando Kennedy lo intensifico la situación se volvió más que insoportable. Por esa razón comenzó la deserción; fue el hambre la que los expulso de la isla, no la política.
La planificación de la economía, elemento clave de todo sistema socialista, representó, entonces, la única salida para una crisis de ese tamaño. Racionalizando los alimentos y respetando las temporadas, el vacío se hizo más llevadero. Sin darse cuenta, lo que EEUU provocó con el bloqueo, fue perfeccionar su socialismo. Al menos, hasta que el turismo se convirtió en la pieza clave para reactivar una economía muerta.
De esa manera el triunfo de su Revolución fue el comienzo de su resistencia. Desde la invasión a la Bahía de Cochinos, el abandono de la URSS y su posterior caída, bloqueos, listas negras, espionajes, Guantánamo y demás situaciones que han obligado a Cuba a mirarse siempre a sí misma, antes de poder mirar al extranjero. Condición que no es del todo terrible, pues en la lógica del comercio que actualmente rige el mundo, gana el que acaba con su competencia, pero en la lógica de las resistencias gana el que, pese a todos los intentos, siempre se levanta con vida.
La realidad de Cuba es, como dije, contradictoria. No en un sentido inconveniente, sino dialéctico, es decir creador y transformador; revolucionario en todos los sentidos.
Lamento decir a los trasnochados críticos anti-castristas que los cubanos están bien. Pues tienen educación, servicios médicos, una conciencia de su potencial frente al mundo y unas condiciones de vida que no los obligan a envidiar a la mayoría de sus vecinos del caribe. Podrían estar mejor, pero no están perdidos.
También debo decir a los desgarrados defensores del comunismo que en Cuba hay hamburguesas, hay clases sociales, hay capitalismo y una gran urgencia de más dinamismo político. Situación que promete mejorar, o al menos ya está en su punto más alto, lo que sigue es la flexión.
Aunque el fin del bloqueo ha sido prometido por Obama, su levantamiento no es una acción tan sencilla. Requiere de la aprobación de un Congreso del cual ha perdido el control, además de que su intención, más allá de una noble reconciliación o un reconocimiento de su fracaso, representa una última jugada política que pretende salvar la debacle de su figura y el abandono de su partido.
En Cuba, pese a lo alentador de la noticia, ésta es recibida aun con sospecha, no obstante que ambos países ya haya realizado el intercambio de presos políticos (53 estadounidenses y los 5 cubanos) Saben que el fin del bloqueo seria grato, pero han aprendido a vivir sin ser acabados.
Falta decir que después de ver la Revolución que sigue viva, regreso a mi país a librar nuestras propias luchas. Ha seguir intentando que la justicia se sienta entre nosotros.
Así desde el caribe, entre los océanos y la brisa, entre el Marxismo y el Castrismo, bajo el sol y sobre el mar, abajo y a la izquierda, de españoles y mulatos, de un Ernesto y un Camilo, con Ron, tabaco y café, desde el corazón de la resistencia, Cuba va bien y ¡hasta la victoria siempre! 


Carlos Ernesto Alonso Beltrán
@CarlosAloBelt

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