Elecciones 2015

Por Carlos Ernesto Alonso Beltrán


Las elecciones del próximo 7 de junio se pueden dividir en dos amplios márgenes de apreciación: el histórico y el intrascendente.
El primero atañe a la condición naciente del nuevo conocido Instituto Nacional Electoral. Pues serán estos los primeros comicios organizados por el autonomísimo organismo, que deberá estrenar sus nuevas y relucientes facultades derivas de la desangelada Reforma Política.

Las complicaciones y exigencias que esto apareja no son para menos, ya que desde antes de siquiera dar el banderazo de salida, los dimes y diretes entre Partidos como el Verde Ecologista han exigido del presidente del Instituto los castigos más ejemplares. Así el Partido tiene que sentirse regañado al pagar una multa con el dinero que el mismo INE le ha otorga, y que a su vez ha sido recibido de las contribuciones de todo un país. Eso de jugar con el dinero ajeno cobra un nuevo sentido al observar estas dinámicas tan elegantes. 
El segundo aspecto a resaltar es, irónicamente, el intrascendente. Ese que por su por su falta de contenido concreto es aún desconocido, o bien, ignorado el grueso de la población que depositará su voto en las casillas. Me refiero al aspecto sustancial de las elecciones.
La democracia entendida como una forma de gobierno que sólo plantea un método que relaciona la voluntad de los gobernados con la del depositario del poder público, es por decirlo de alguna manera, una concepción inacabada y bastante neutral. Pues deja fuera el contenido de las decisiones que se someten a consideración y se enfoca únicamente en el aspecto procedimental de la misma. Sin embargo en la realidad política mexicana, este conjunto de reglas que delimitan las condiciones del cómo, cuándo y dónde se realizaran las elecciones es una brillante forma de justificar los logros de la democracia mexicana.
Ese esqueleto enflaquecido que únicamente realiza prescripciones formales que se alejan del contenido, permite que el juego político en México se jacte de tener sistemas democráticamente robustos, pero que al afinar la vista revelan una serie de falencias en cuanto aspectos de suma importancia; como lo son la supervisión de los candidatos (que si bien corresponde a los Partidos el desentendimiento del INE ha beneficiado al acelerado deterioro) y la fiscalización de las campañas, entre otras cosas.
De esta manera las elecciones se reducen a simples pantomimas del “hacer como que se hace”, pues no importa en realidad el despliegue de facultades, recursos y buenas intenciones del INE, los electores se ven cautivos y limitados a decidir entre las propuestas malas, menos malas y también. 
Los filtros institucionales que dificultan la participación de candidatos independientes, así como los que se encuentran en los Partidos y liman las legítimas esperanzas de cambio, impiden que las propuestas novedosas y más incluyentes puedan sobresalir de la maraña de corruptelas.
No es difícil entender el porqué la ciudadanía observa de manera indiferente la realización de las elecciones intermedias. La baja participación o la participación inercial es un reflejo no de la poca conciencia de la población, sino de todo lo contrario; de una madures en el entendimiento de las graves carencias del modelo democrático y de la simulación partidista en el ejercicio de los cargos de representación. En realidad no importa votar por uno u otro mientras las condiciones sustanciales y contextuales permanezcan constantes e inmutables; perpetuando los vicios de un sistema atávico y corrupto.
Esta situación, como era de esperarse, tiene otro reflejo comprobable en los Partidos. La postulación y designación de candidatos o representantes plurinominales plagada de figuras de la vida pública con un conocimiento inexistente de la política o de la necesidad social es muestra clara de la poca importancia que los Partidos le dan al voto de la ciudadanía.  
La intrascendencia de las elecciones se encuentra marcada por la falta de atención a las exigencias reales de la población. Así como a la falsa consideración de una sociedad indiferente o apática. Si alguien quiere conocer las verdaderas necesidades de este país sólo hace falta salir a la calle con los ojos y oídos bien abiertos y el corazón en su lugar.




Carlos Ernesto Alonso Beltrán
@CarlosAloBelt
 

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