Reflexión: Sobre la situación de los movimientos populares en la Ciudad de México en los años 70's - 80's.  Del campo a la ciudad, las colonias populares.

Por Ismael Martinez Valle

Imaginemos a una supuesta pareja indígena recién llegada a la capital, cargando con sus seis hijos y la cazuela de barro al hombro; escena cotidiana en los años 70 (y mucho antes con más énfasis), donde las adversidades no se hacen esperar a su llegada. Una capital donde los burócratas se aprovechan de los erarios públicos en su beneficio y lavan los cerebros de esta  pobre gente ignorante, haciéndoles creer que para su bienestar futuro, es necesario tener paciencia todos los días, esperando la ayuda tan necesaria, que si no es por la lucha nunca llega.


Terratenientes de paso, caciques modernos o cobradores de quién sabe que, de quién sabe dónde, cobrando quién sabe que, como la renta de vecindades en ruinas, el uso del suelo ocupado por las modestas viviendas improvisadas de cartón y lamina, o simplemente cuotas del servicio de limpia, luz o agua, el cual sólo existe para los cobradores, pues en realidad los servicios públicos son inexistentes.

Familias de ocho integrantes o más compartiendo un cuarto, viviendo al día, luchando contra las adversidades; esa es la “mejor vida” que encuentran en la ciudad, la vida por la cual dejaron su milpa; pensaban que sería más fácil. Aquí y en el campo los zopilotes políticos buscan despojar de lo poco que se tiene, a cuestas de quien sea.

Pero las manos no se quedan cruzadas, los movimientos, reuniones o juntas vecinales se hacen presentes. Que otra cosa si no la pobreza, sumada a la injusticia e indiferencia que reciben de parte del gobierno, es lo que los une como comunidad. Movimientos apolíticos en un principio, pidiendo un poco de atención, reclamando lo justo: Agua, luz, seguridad, transporte, un hogar digno.
Pero como es cotidiano, el  señor delegado no tiene tiempo, tiene mucho trabajo o una reunión muy importante con el Jefe de Gobierno; una voz suena de fondo en la reunión vecinal: ¿Y qué, nosotros no somos parte también de su trabajo?, sorprendentemente una mujer fue la que alzo la voz; una mujer de pueblo, sumisa, protectora de sus hijos y desinteresada en los conflictos políticos ( o al menos eso parecía ser).
Ella no está ahí por gusto, ella no sabe ni quien es el delegado (ni le interesa), ella solo ya esta hasta la madre de la indiferencia, de las trabas y de la pobreza; quiere soluciones, para que su hijo más pequeño no se le muera.


A raíz del movimiento de 1968, se mostraban signos de unión social, de un “pueblo” cada vez más interesado en el monstruo político, enfocado en la lucha de sus derechos, y quien,  sino los estudiantes son los primeros en involucrarse en la política amateur.

Estudiantes de bachillerato y universidad, empapados por la guerra fría y los movimientos estudiantiles alrededor del mundo, ideologías Marxistas, Trotskistas, Leninistas, comunistas, socialistas o anarquistas, vaya, anticapitalistas, en contra del imperialismo yankee.
 Sí, el señor presidente los tacha de comunistas sin causa, vándalos, hippies; pero fuera de los adjetivos, nos encontramos con el poder del pueblo: un frente ambiguo, muchas veces dividido, pero en el fondo unido por un objetivo común: el bienestar social.

Las comunidades de inmigrantes campesinos en la ciudad toman fuerza, se politizan en bruto y reclaman por un cambio verdadero.

El señor delegado los contenta con postes de luz, las pipas de cada tres días, y los acuerdos con los terratenientes. ¿Esto es suficiente?, no. Es claro que las personas no son niños que se contentan con poco, son problemas reales que requieren soluciones reales, no promesas u obras caritativas del nuevo candidato a delegado.

Sabemos en que concluye esto, lo padecemos aún hoy en día; la indiferencia, las largas escusas, los clásicos “mañana los atiende el licenciado, hoy está ocupado”, y los correspondientes mítines a las puertas de la delegación y dependencias del gobierno.
La ciudad de la indiferencia, la ciudad de la desigualdad, la ciudad de los pobres y los ricos, pero esto no merma el optimismo y las ganas de luchar o trabajar de su gente, la gente de las colonias populares.


Ismael Valle
Estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas(Sociología)

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