Por Oscar Ortega Espinosa
Que la Facultad de Derecho tenga
por ideología la defensa de las instituciones (lo que sea que esto signifique)
no indica que esto se traduzca en una defensa de unas u otras instituciones en
lo particular. Lo que defendería la
Facultad de Derecho como garante de la educación de los
futuros abogados debiera ser el uso del Derecho para resolver los problemas
sociales a través de las vías que éste determina, es decir, por vías legales.
El problema radica en que en el hecho de que las soluciones que presenta el
Derecho quedan cortas para enfrentar los retos que presenta la realidad social,
y varios de estos fenómenos cimbran los
cimientos que ha levantado anteriormente para regular la conducta del grupo
humano que pretende dirigir; baste un ejemplo, las revoluciones.
Con Hans Kelsen se
ha llegado al máximo grado de independencia de la Ciencia Jurídica
de cualquier otra disciplina, pero aún no podemos sentirnos satisfechos de que
esta realidad le hubiese brindado una consistencia estable, o al menos similar
al de otras ciencias, entre las que podríamos enumerar la Sociología o la Ciencia Política.
Ahora anoto otro aspecto que pocos han sido capaces de percatarse: según el
iuspositivismo, el Estado es igual al Derecho, por tanto el Poder es igual al
Derecho, lo cual puede llevar a concluir que al hablar de Derecho, podemos
válidamente intercambiar el término antes mencionado por el de Poder. Igual
ocurre en el sentido inverso. Al fin y al cabo, quien tiene el poder implanta
el Derecho, y el Derecho justifica su poder
para implantar su modelo de conducta social. Para el jurista, el
fenómeno de la revolución ya no es lucha entre poderes opuestos sino la lucha
de órdenes jurídicos. ¿Absurdo? Tena Ramírez llega a similares conclusiones,
cuando trata el mismo tema en su libro “Derecho Constitucional Mexicano”. Antes
de proseguir, resumamos: El Derecho es poder y el Poder Derecho.
Hay ahora otro punto a tratar: El
cambio en el orden jurídico. El Derecho admite la reforma, si fuera lo
contrario, la posibilidad de cambiarlo desde dentro, con sus propios mecanismos
devendría imposible, lo cual amenazaría igualmente la posibilidad de una
ciencia que lo estudiará, con lo cual otras ciencias intentarían dilucidar la
esencia del Derecho, desapareciendo cualquier justificación para la Ciencia Jurídica.
Ahora aludamos a otra cuestión. En la Facultad de Derecho el principio de la
reformabilidad del Derecho (y en forma particular, de cualquier orden jurídico)
es plenamente admitido por todos los docentes y alumnos de la citada Facultad,
por tanto se busca justamente evitar que el orden jurídico sea modificado, en
su defecto, por causas externas al orden jurídico, cual pasa en caso de
revoluciones o guerras. En ella hemos aprendido (así yo lo considero) que nos
fue enseñado que la necesidad y la conveniencia de utilizar el Derecho para
regular la conducta de la sociedad humana que nos incumbe, en este caso la
nación mexicana. El problema es que en vez de defender este postulado, el
abogado ha terminado por defender uno y otro orden jurídico en específico,
pensando que esa era su misión; es decir, defiende lo específico frente a lo
general.
Esto no
debiera ser así, porque después de comprender las aportaciones de Hans Kelsen,
nos queda claro que la labor del jurista es comprender esta labor constructiva
del Derecho para conducir a una sociedad a determinados fines, cualesquiera que
estos sean, y no defender uno u otro orden jurídico, que bien podemos
contemplar ahora como un orden político cualquier. Admitida la posibilidad de
reforma del Derecho y la conceptualización de la verdadera labor del Derecho en
una sociedad humana, es necesario concluir que el fin de la Facultad de Derecho es
instruir a sus educandos con respecto a este supuesto: la posibilidad de que el
Derecho pueda hacer frente a los problemas que se le presentan mediante los
mecanismos internos de los cuales está provisto.
Con el
reciente paro en la Facultad
de Derecho, no se revela una pérdida de los valores que guiaron a la Facultad. Al
contrario, podemos ver en los estudiantes un retorno al sentido original de la
carrera, que muchos profesores, confundiéndolo gracias a ideologías varias
-entre ellas el iuspositivismo- (que en aras de una imparcialidad de la cual
estaba desprovisto, no se ha percatado que es sino una concepción del mundo,
que por tanto es subjetiva y susceptible de
ser revisada, es decir, mera ideología) habían torcido. Eso de defender ideologías lo puede hacer
perfectamente un filósofo, un sociólogo o un politólogo. Sobre los
iuspositivistas, es menester declarar que gracias a su insistencia en su
ideología, la cual es hegemónica en la Facultad, se descuidó el estudio del Derecho,
para terminar defendiendo un orden jurídico específico, pensando que el Derecho
era lo mismo que ese mismo orden, ciertamente constreñido en un espacio-tiempo
muy específico. Para estos y sus secuaces, se perdieron los valores de la Facultad de Derecho pero
ahora afirmó que esto fue el inicio de una restauración del fin último de la
enseñanza del Derecho en cualquier parte del mundo.
Si
recordamos la máxima latina “ubi societas, ibi ius”, reencontraremos, a la luz
de los acontecimientos de estos últimos meses, la labor social del Derecho,
porque el Derecho regula el acontecer social, por tanto su materia es la
sociedad, a la que debe moldear para la consecución de los fines más altos. No
sé cómo pretendía la Facultad
tener una dimensión social al haber olvidado su máxima misión. Simplemente es
inconcebible, pero aun así gritan, gritan que la Facultad de Derecho ha
perdido el paso. Tal vez ahora lo hemos recuperado. Apenas.
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