A continuación aprovecho el espacio que en este Blog se me brinda, no para realizar análisis pretenciosos o pronósticos sesudos de lo que acontece en el país o en las diferentes latitudes de un globo desconocido. No porque lo considere poco importante o con una urgencia secundaria, sino porque quien ahora teclea estas letras necesita desesperadamente plasmar en la ilusoria permanencia de la red lo que ha vivido con cada uno de sus sentidos. Es así un menester personal compartir mi experiencia subjetiva, e individualmente cierta, de lo que me fue el Paro Histórico -así con mayúsculas- en la Facultad de Derecho.
Justificar la necesidad de un paro es siempre un desgaste
incensario. Pues si uno puede encontrar el consenso preciso dentro de las
opiniones divergentes, es claro que el realizar un paro resulta entonces algo
sobrado. Por tal motivo el paro es tan contradictoriamente escandaloso; tan
incómodo y explosivo.
No obstante que se insista en lo trillado del recurso o en lo
ambiguo de sus efectos, es innegable que el simple hecho de pronunciar la
palabra en las asambleas desata los vendavales más encontrados.
Fue así que derivado de un acuerdo de la Asamblea interuniversitaria
realizada en el auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras,
correspondía a las asambleas locales de cada Facultad el someter a
consideración de su población la realización de un paro de cuarenta y ocho
horas los días 22 y 23 de octubre.
En la Facultad de Derecho en una todavía pequeña, pero muy nutrida
asambleas, se discutió acaloradamente la posibilidad de un paro. Pese a los
varios intentos de reventar la discusión e impedir que se continuara con el
debate, el acuerdo pasó y se tomó la inteligente decisión de someter a consulta
interna la realización, o no, de un paro en la Facultad.
El ejercicio democrático corrió a cargo de estudiantes electos desde
la misma asamblea, quienes representarían a los distintos semestres de
licenciatura; dos representantes para el posgrado y la misma cantidad para el
Sistema de Universidad Abierta. Sólo requerían ser estudiantes de la Facultad y
no mantener ningún tipo de relación de pertenencia a las Consejerías, las
sociedades de alumnos o algún partido político.
Desde las nueve de la mañana del día 21, una modesta mesa fungió
como casilla en la que los estudiantes emitían y depositaban su voto en urnas
selladas; acordonadas por un tímido cordel que controlaba a las multitudes
incesantes. Las cuales no bajaron su intensidad sino hasta las siete de la
noche, hora acordada para cerrar las votaciones e iniciar el conteo.
A partir de ese momento los mismos estudiantes, en comisión
escrutadora, procedieron a la separación y posterior conteo público, y uno a
uno, de cada voto.
Es por demás mencionar que la atención de la Facultad, directa o
indirectamente, se centró en las voces de los compañeros que emitían una
progresión numérica constante que parecía no agotarse nunca. Para quienes
observamos el desenvolvimiento de la titánica jornada, el conteo nos parecía lo
de menos. Nos era más que suficiente el haber observado el tamaño de la
participación en torno a la consulta.
Al final el resultado exhibió una realidad increíble, por decir lo
menos: 2373 votos a favor del paro frente a 1414 en contra y 13 anulados. Es
decir 3800 votos emitidos en un ejercicio sin precedentes.
Lo sorpresivo del resultado nos golpeó y ubico rápidamente en la
realidad. ¿Qué hacer ahora? Algunos compañeros ingresamos a las instalaciones
de la Facultad en atención a comenzar el inventario, sellado y resguardo de las
mismas. Sin embargo, un grupo de compañeros que se encontraban en contra,
guiados por un desconcierto iracundo, generado por el desconocimiento de la
historia del movimiento estudiantil, se valieron de un argumento legaloide,
absurdo en cualquier otro lugar que no fuera Derecho, para expresar que un paro
no implicaba la permanencia de los estudiantes en las instalaciones.
Fue necesaria la participación de la Directora, quien visiblemente
consternada por la tensión que se había desatado, accedió a firmar un acuerdo
en el que se declaraba que la Facultad de Derecho de la UNAM entraba en paro de
cuarenta y ocho horas, con el reguardo de las instalaciones a cargo de los
trabajadores, además de que no habría ningún tipo de represalia en contra de
los alumnos que participaran en el mismo.
Por un lado los compañeros que nos impidieron el ingreso a las
instalaciones, a pesar de lo incomprensible esto, celebraban el haber realizado
el por ellos considerado el acto más heroico de sus vidas. Por nuestra parte,
los que entendimos que ya habíamos ganado suficiente con cerrar las puertas de
la Facultad, sin importar que estuviéramos adentro o afuera de ella, comenzamos
la planeación de las actividades a realizar. Pues como lo habíamos dejado bien
claro, cuando la Universidad entra en paro, el estudiante entra en acción.
Viviendo el frio de la madrugada, pensando en el vaivén de la
inexperiencia cómo mantener un paro, la hermandad de las distintas Facultades
emano con una belleza inesperada.
Los “compas” (como nos nombramos entre nosotros) de economía nos
brindaron café y asilo; Filosofía acudió con sillas y mesas; Psicología nos
facilitó el sonido; Ciencias nos alimentó… en fin, todas las Facultades
arroparon el joven paro de Derecho.
Dentro de las cuarenta y ocho horas nunca paramos. A cada momento se
realizaban actividades, conferencias, brigaderos, pláticas, etc. Entre lo más
perdurable para mi está, sin duda alguna, la tarde de carteles, la conferencia
de derechos humanos, la velada y los globos de cantoya y la plática con Doña
Mary, madre de cuatro hijos desaparecidos.
No obstante, me es de especial mención la marcha del 22 de octubre en
la que un monstruoso contingente de la Facultad salió a las calles. No menos de
quinientos estudiantes se reunieron en la explanada principal para salir con
rumbo al Ángel. Así al llegar allá sumamos un aproximado de mil cuerpos-masa.
Las reacciones de incredulidad y sorpresa de los demás contingentes,
así como de las personas en las calles, representaban la expresión más clara de
la urgencia que tenía la Facultad para romper el silencio de catorce años. Esa
tarde fue la reivindicación del abogado con el pueblo al que había tenido
olvidado; esa tarde rompimos el atavismo impuesto desde fuera que nos había
hecho creer que la falta de movilización era algo intrínseco a nosotros. Para
muchos que acudían a su primera marcha, la realidad nunca se había sentido tan
cerca.
El día 23 después de otra
marcha interna, una velada, charlas con policías comunitarias, la proyección de
un documental, la charla con Doña Mary y los globos de cantoya, dimos por
terminadas las actividades. Muchísimas personas que habiendo votado a favor o
en contra del paro se reunieron por la causa que nos convocaba. Dejando fuera
rencillas o posturas, trascendimos hacia la suma de conciencias solidarias que
dieron muestra clara de que Ayotzinapa nos dolía a todo.
En efecto, tras este recuento desgastante pareciera habérseme
olvidado mencionar la causa del mismo. Pero me parece correcto mostrarlo en el
cierre y no antes, ya que en ocasiones las causas directas no son las causas
exclusivas. Pues decir que en este paro nos solidarizamos con Ayotzinapa, no
quiere decir que olvidemos al Politécnico o que ya no nos duela Acteal, San
Fernando, Aguas Blancas, ABC y demás lágrimas derramadas.
El observar que el paro se logró en este momento no quiere decir que
en nada hayan influido las pasadas generaciones de alumnos que en su momento no
pudieron hacer eco de sus reclamos por justicia.
Mucho se podrá criticar el paro en lo que respecta a su forma, pero
nunca por sus causas. Mucho se podrán cuestionar sus efectos por quienes no
participan en él, pero a quienes lo vivimos nos es innegable lo mucho que
construye. Porque no obstante lo paradójico que pueda sonar, resulta un proceso
dialectico común: de la rabia y el dolor que dan causa a un paro nace la
hermandad y la conciencia de quienes jamás pararon.
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