Mientras comenzaba a teclear estas líneas
(28 de noviembre. Independientemente de la fecha de publicación) me fue
informado que el compa Sandino Bucio, estudiante de la Facultad de Filosofía y
Letras, fue “levantado” por los que se presume eran elementos de la Policía
Federal vestidos de civil, que se trasportaban en un automóvil particular en
las inmediaciones del metro Copilco. Así mismo hoy cuentan sesenta y tres días
de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa; trece días de que un
judicial disparó contra estudiantes dentro de CU, hiriendo a uno de ellos; y el
día de mañana se resuelve la situación jurídica para dictar auto de formal
procesamiento, o libertad, a los 11 compañeros detenidos arbitrariamente en la
marcha pacífica del 20 de noviembre.
No obstante toda esta crisis e
incertidumbre, Enrique Peña Nieto anunció ayer una serie de medidas cosméticas,
por no decir mágicas, con las que pretende dar solución y carpetazo al clima de
inestabilidad que ha envuelto al país desde ya hace tiempo. En tanto él
pronuncia pomposos discursos, ayer, también, fueron hallados en Guerrero otros
once cuerpos decapitados.
De la serie de medidas que se piensan
implementar, destaco, no por importantes, sino por cuestionables, aquellas que
se refieran a la transformación de la situación por la vía legal.
Es un vicio constante de la política
mexicana, especialmente la priista, el pretender solucionar las crisis sociales
mediante la emisión de leyes y decretos. Así la Ley Contra la Infiltración del
Crimen Organizado en las Autoridades Municipales; las leyes en materia de
desaparición forzada y tortura; leyes contra el combate a la corrupción y demás
aspiraciones jurídicas anunciadas por Peña, nutren el discurso demagógico que
sólo se enfoca en la producción masificada de ordenamientos que hacen de
parches translucidos que intentan ocultar el problema de fondo.
Dejando fuera, ingenua o, intencionalmente,
las reestructuraciones urgentes en los aparatos institucionales encargados de
operativizar esas leyes. El fracaso de las medidas planeadas es inminente
mientras se continúe insistiendo en usar a la ley como discurso y no como una
herramienta útil para la sociedad en demanda de sus derechos. El planteamiento
teórico se resume en que todo derecho subjetivo es estéril si el mismo no se
encuentra garantizado por una serie de instituciones eficaces.
Otro proyecto anunciado fue la creación de
policías estatales de mando único. Esta medida no es en estricto sentido una
mala idea, pero su ejecución implica riesgos y responsabilidades muy sensibles.
Esto en virtud de que el concentrar la dirección de las policías puede mantener
mayor control de los actos de las mismas, pero por sí, no significa que el actuar
de estas se exente de la corrupción, y mucho menos del autoritarismo
característico.
Situación que es bastante clara respecto a
los últimos acontecimientos en el Distrito Federal, donde no ha importado si se
trata de policías locales o federales. El grado de negligencia resulta ser
inversamente proporcional al de su agresividad.
Una de las propuestas más disparatadas (por
usar un adjetivo ligero) fue la creación de un número único de emergencias.
Algo así como un 911 mexicano. Dicha situación no merece más mención que
aquella que ya abunda en las redes sociales, con las que se resume
simpáticamente lo poco cercano que resultó el anuncio.
Por último, en un desesperado e insultante
intento por lograr la empatía de la población, Enrique Peña da un giro al discurso
de agresividad y represión pronunciado a su regreso del viaje por China y
Australia. Ahora, intenta colgarse del grito ¡Todos somos Ayotzinapa! Olvidando
que en todas las marchas y protesta las voces, llenas de rabia e impotencia,
que clamaban en unísono dolor por Ayotzinapa, también desgarraban la impunidad
del silencio con el grito esclarecedor de ¡Fue el Estado!
En este caso la oratoria se topó con un
rechazo inmediato. Pues aún que lo han intentado en varias ocasiones, es
imposible arrebatar a la ciudadanía lo último que le queda: La voz para acusar
a los responsables; la voz para exigir justicia. Esa voz que es incompatible a
los labios que hacen del engaño el pan de cada día.
Así culmino haciendo hincapié en la grave
crisis que atraviesa la realidad mexicana, donde la serie de hechos lamentables
enunciados en un inicio dan cuenta de la entristecida realidad que se refleja
en las miradas cotidianas. Mientras los frívolos rostros de discursos
perfectos, continúan insistiendo en las mismas viejas formas para desmovilizar
a la población que se levanta en digna y justa lucha. Demagogia y represión, la
formula predilecta de las dictaduras perfectas.
Pienso que cuando Salvador Allende
pronuncio su famosa frase de “ser joven y no ser revolucionario es una
contradicción hasta biológica”, nunca imaginó que el serlo en México sería un
delito.
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