En nuestros días, existen escritores que siguen la trayectoria de algunos hombres de la política: suben y suben en su fama hasta que llegan al culmen y terminan por declinar y desaparecer del ojo público. Cabe aclarar que esta similitud indica necesariamente que los libros de aquellos escritores ignorados fueran de pésima calidad; simplemente los temas de los que hablaban pierden vigencia, o mejor dicho, dejan de ser novedosos.
Muchos explican que la pérdida de popularidad de un libro indica que estos no cuentan con un mensaje imperecedero que les hubiese permitido permanecer en la mente de viejos lectores, (e inclusive llegar a otros nuevos), yo, en cambio, considero que el mensaje de estas obras cuenta con un mensaje cuyo valor es permanente pero su aplicabilidad es fluctuante. En ciertos momentos, estas obras regresan de las sombras de la ignorancia en que se encontraban, y refrescan a un perplejo público con grandiosas ideas, que por su grandeza y su aparente novedad, parecen ser verdaderamente novísimas. Este es el caso del libro “La Sentencia del Ayatollah”, escrito por Carlo Coccioli
Actualmente, Carlo Coccioli resulta
ser un autor desconocido. Proveniente de Italia, trabajo en periódicos en su
país, en Francia y en México, donde finalmente llegó a morir. Escritor de
algunas novelas cuyo destino fue las bodegas de las librerías de viejo -las
cuales engordan lejos de adelgazar-, es posible que un pequeño opúsculo pueda
resucitarlo, al menos ante los ojos del público lector. Ahora se dirá las
razones de esto.
“La sentencia del Ayatola” fue escrito con el fin de dar un
planteamiento imparcial al evento ya olvidado, aunque nunca perdonado, de la
fetua[1]
que emitió el Ayatola Jomeini contra el escritor Salman Rushdie, por causa de
su libro “Los versos satánicos”. En esta obra, donde se conjunta elementos
biográficos de la vida de Coccioli junto con su notable erudición, podemos
admirarnos de la profundidad del pensamiento del autor, que nos revela ese
aspecto perdido en Occidente del sentido de lo sacro, de lo que tiene un valor
independiente de la cosa en sí misma, pero que nos abre una puerta a un mundo
trascendente. En nuestra sociedad secularizada es normal que hasta los
católicos y cristianos se burlen de su propia religión, pero esa visión no es
compartida en otras partes y se debe a la pérdida de este sentido del valor de
las cosas con respecto a la trascendencia, a una realidad oculta pero más
perfecta, aspecto del que estaba revestido el profeta del Islam, Mahoma –que la
paz esté con él, dicen los imanes y los musulmanes píos-, que es el profeta del
mismo Dios (Alá) según reza la fórmula de fe, o shahada.
Tal vez no sea clara la importancia
que tiene este libro para nuestra época pero en este texto se plantean
cuestiones que desafían al sociólogo, al jurista, al filósofo: ¿Hay (o debe)
haber límites a la libertad de expresión?, ¿Cuáles son los límites de la
crítica a las religiones, o a cualquier otra ideología?, ¿Hay realmente algo
sacro en nuestra sociedad?, todas estas preguntas y otras que acucian a nuestra
sociedad están formuladas implícitamente en este pequeño librito, donde uno
puede admirarse por igual de su defensa del Ayatola Jomeini, a quien ve por un
hombre excepcional, digno de todo respeto por su apego irrestricto a su fe,
aunque no deja de manifestar su horror a la absoluta tiranía que manifiesta
todo monoteísmo, sin embargo, desde su budismo, él puede admitir a Dios en el
seno de la Nada en la que se ve pronto sumergido. Crítico a la vez con las
religiones monoteístas por su absolutismo y su desprecio a los animales, asesta
sus mayores ataques contra la obra de Rushdie, a la que calificó con los peores
calificativos, resaltando lo que de ofensivo tenía, no sólo para los musulmanes
sino para toda persona con un poco de respeto hacia lo sacro en diversas
tradiciones, y de sentido común. Por citar un ejemplo, en el original inglés
del libro arriba citado, Mahoma es denominado Mahound, Mahoma perro, porque
hound es perro en inglés algo clásico. Subraya las ofensas a las esposas del
profeta, a la vez que sin embargo queda admirado por el núcleo central de la
obra que lanzó al estrellato al autor hindú: Los versos satánicos.[2]
A pesar de que expone que la fetua
no tuvo grandes repercusiones jurídicas, por ser emitida por una autoridad
chíita, el grupo minoritario del Islam, surgido durante la primera gran división del ISLAM, Coccioli
tal vez no conoció realmente la encrucijada que vivió este “escritorzuelo” por
culpa de esta sentencia, que para su desgracia ya no es revertible por morir el
único que podía anularla. En estos tiempos, donde el movimiento de ISIS nos
hace girar nuestra cabeza al mundo musulmán, habría que hacer el esfuerzo por
estudiar su cultura, a través de la consulta del Corán y el sumergimiento en la
sabiduría que han creado a través de los siglos, desde Al-Ghazali hasta Mahmoud
Darwish, que nos deleitan el ojo, el oído y el alma. Es momento ya de que las
impresiones que tengamos de los musulmanes sean generadas por un contacto
directo de nuestra sociedad con ellos, para evitar tener las imágenes
prejuiciosas provenientes de Europa Occidental y de los Estados Unidos.
Consideró que la obra de Coccioli puede permitirnos romper con la falsa
dicotomía del fanatismo islámico y la
tolerancia occidental. Y sería ya momento de acabar con esta visión del mundo,
de una vez por todas.
[1] La fetua es una opinión legal emitida por un muftí
musulmán, que en términos más convencionales podría parecerse a los precedentes
del comon-law o bien a las tesis de jurisprudencia utilizadas en México. No
diré más por temor a expresar yerros por el tema, por falta de fuentes para
realizar aportes mayores.
[2] Una serie de aleyas del
Corán dónde se admite la tentación de Mahoma de admitir a adoración de tres
diosas paganas junto a la adoración de Alá, en la Sura 53, aleyas 17-22 en
algunas versiones.
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